lunes, 9 de noviembre de 2009

LA LEYENDA DE LA FLOR DEL CEIBO

Por primera vez no vamos a contar la historia de la más hermosa, sino la de la más valiente.
Así era la indiecita Anahí, paro nadie lo sabía porque no era necesario saberlo. Los guaraníes vi-
vían en paz. Lo que todos conocían de Anahí era la belleza de su voz, que cantaba canciones de amor y alegría.
Entonces, llegó el hombre blanco. trajo la destrucción y la guerra.
Los españoles estaban decididos a apoderarse de todo. Cuando los vieron amontonados a caballo, los indios los tomaron por monstruos de dos cabezas y muchas patas. Pero pronto descubrieron que eran hombres y que vivían y morían igual que todos.
Emboscados en las orillas salvajes del Paraná, los guerreros indios atacaban a los españoles por la espalda.Anahí conducía su tribu a la lucha. Su voz maravillosa cambió las canciones de amor por cantos de guerra.Los guaraníes se escondían en silencio y atacaban en un griterío aterrador. La voz de Anahí se destacaba incitándolos al combate. Ella también luchaba como un valiente más. Atrapar a esa mujer india tan peligrosa, cuya voz enloquecía de valor a sus guerreros, se volvió importantísimo para los españoles. Y finalmente, en una batalla, lo consiguieron. ¡La maldita Anahí había caído prisionera!.
Esa noche, después de horas de luchar con sus ataduras Anahí logró deslizar sus manos entre
los nudos. ¡Estaba libre!. Intentó correr hacia el monte, hacia la libertad. El centinela que la custodiaba cayó sobre ella. Anahí consiguió arrancarle la espada de las manos y se la clavó en el pecho. Sin embargo el rudo de la lucha había despertado a los demás y entre varios consiguieron atraparla de nuevo. El centinela había muerto.
Los españoles no podían aceptar que una débil mujer hubiera sido capaz de matar a un soldado español. ¡Solamente una bruja podía haber logrado algo así!. Y a las brujas se las quemaba en la hoguera Anahí fue condenada al fuego. El día señalado la ataron a un árbol y apilaron leña a su alrededor. Todos los soldados se reunieron para ver el espectáculo. Se incendió la hoguera.
Entonces, en lugar de gritar y aterrarse ante el fuego que la cercaba, la valiente princesa empezó a cantar.
Los españoles no entendían las palabras, paro no pudieron dejar de sentirse conmovidos ante la dulzura de esa voz Anahí cantaba a su tierra, a sus guerreros, a sus dioses a todo lo que amaba y conocía y las llamas, en lugar de atrapar su cuerpo, parecían bailar al compás de su melodía.
Mudos de asombro, los españoles se dieron cuenta que el fuego nunca quemaría a la princesa india. Rodeando el cuerpo de la mujer, pero sin tocarlo las llamas subían hacia las ramas del árbol. Una extraña magia sucedía ante sus ojos. De pronto, una nube de humo cubrió la escena.
Cuando la nube se disipó, la princesa india no estaba allí. Él árbol, transformado, se había cubierto de flores aterciopeladas. Había nacido la flor del ceibo.
Ahora Anahí era eterna y ya no podrían vencerla jamás. En cada árbol de ceibo, nacía una y mil veces, para siempre, el recuerdo de la princesa india, la más fuerte de su tribu.
ANA MARÍA SHUA